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DAR A LUZ EN CASA, SIN MIEDO Y EN PAZ

Dar a luz en casa genera preguntas. ¿Es seguro? ¿necesitarás partera? ¿estará bien el bebé? y también respuestas; darás a luz en un lugar cómodo, con la gente que amas y con mayor control: aquí un testimonio

Fue como entrar en un túnel y salir convertida en una amazona. Así de poderosa me sentí después de parir en casa, sin anestesia y tras 10 horas de trabajo de parto.

Sé que no soy ninguna guerrera mitológica, sino una mujer como cualquier otra. Tuve miedo y muchas dudas, pero me informé y me preparé física y emocionalmente para ese momento.

Las contracciones empezaron un viernes por la noche. Al principio eran leves, duraban algunos segundos y se presentaban cada hora. A pesar del dolor, estaba feliz. La espera había terminado.

El sábado salí a caminar al parque, hice la limpieza de la casa, me reí a carcajadas viendo “Two and a Half Men”. Todo esto mientras los dolores iban en aumento.

Me ayudó recordar las palabras de una amiga: “es como una ola, sabes que viene y va a golpearte, pero sabes que pasará y puedes sobrellevarla”.

Pero a las siete de la tarde sentí una nueva contracción que no fue una ola sino un tsunami que me tumbó y me arrastró sin piedad.

Me asusté. No había nadie en casa. Aunque no estaba sola en realidad, intercambiaba mensajes todo el tiempo con mi partera.

Lorena es dulce y sensible. Me sorprende cómo alguien tan joven puede transmitir tanta calma. Estudió partería en la clínica de Maternidad La Luz, The Birth Place en El Paso, Texas, y recientemente volvió a Saltillo. PARIR CON CONCIENCIA Para ella no es que los médicos o el hospital estén mal. Pero sabe que el parto es un momento excesivamente vulnerable y está convencida de que la mujer debe tener la opción de parir en un lugar donde se sienta tranquila.

Son pocos los nacimientos que hoy ocurren en casa. Para ser exactos tan solo el 4.3 por ciento del total de alumbramientos en todo México, y en nuestro estado, en particular, no llega ni al uno por ciento.

Por miles de años esa fue la usanza. Todavía en la década de los cincuentas, en Saltillo, mi abuela parió a sus cinco hijos en casa.

Durante las siguientes generaciones, sin embargo, los partos pasaron de la intimidad del hogar a las salas de expulsión de los hospitales, quitándole poco a poco a la mujer la confianza en sí misma.

Pero el cuerpo no ha olvidado, es una máquina maravillosa que sabe perfectamente qué hacer.

Solamente es necesario darle tiempo, confianza y un ambiente propicio.

EL AMBIENTE

Para que un bebé nazca de forma natural, el útero debe empujarlo hacia afuera a través de las contracciones. Para que las contracciones inicien y progresen adecuadamente, el cuerpo debe liberar oxitocina. Para que el cuerpo libere oxitocina la mamá debe encontrarse relajada y tranquila.

Todo esto lo explica exquisitamente la doctora Sarah Buckley en su artículo Nacimiento Extático, donde detalla el trabajo puntual de los cuatro sistemas hormonales mayores que se activan durante el parto: oxitocina, endorfina, adrenalina y prolactina.

El lugar donde yo me siento más relajada es mi casa. Es el sitio que mejor conozco y donde estoy más cómoda.

Sé que hay mujeres que se sienten seguras en un hospital. Mi hermana es una de ellas, tuvo a sus hijos por parto natural en una clínica en Estados Unidos.

Pero para mí los hospitales son fríos, están llenos de aparatos, luces brillantes, gente desconocida. No puedo relajarme en un lugar así.

Y no soy la única. Es común que las contracciones que una mamá empieza a sentir en casa se detengan al trasladarse al hospital. Lorena me explicó que se trata de un mecanismo del cuerpo para no parir en un lugar inseguro.

Cuando esto pasa los doctores suelen ordenar la aplicación de oxitocina artificial. El problema es que, a diferencia de la oxitocina natural que se libera poco a poco, haciendo que los músculos se relajen o se contraigan según se necesita, la versión sintética satura los receptores del útero y provoca contracciones tan fuertes que la mamá no soporta el dolor y exige anestesia.

Así es como inicia una serie de intervenciones médicas que pronto se convierte en una bola de nieve y que muchas veces termina en cirugía. No lo digo yo, lo dicen las cifras oficiales de la Secretaría de Salud: en México, y particularmente en hospitales privados, ocho de cada 10 bebés nacen por cesárea.

DOMINAR EL DOLOR

Cuando el bebé está a punto de nacer lo natural es que la oxitocina disminuya, las contracciones dejan espacio para el pujo y entonces aparece la adrenalina, que ayudará a tener la fuerza para expulsar al bebé.

Otra hormona importantísima para este momento es la endorfina, sin ella será difícil vencer uno de los máximos miedos de toda mamá: el dolor.

Las endorfinas son liberadas cuando hay dolor o cuando hay mucho esfuerzo físico. En el trabajo de parto hay ambas. Si el proceso avanza de forma natural la endorfina es secretada poco a poco y permite que la mamá pueda manejar el dolor sin agotar sus fuerzas.

En un ambiente hospitalario, sin embargo, el flujo hormonal es interrumpido una y otra vez.

“Esa escena es algo que hoy casi no tolero, porque es disruptiva, una mujer que está en todo su apogeo, a punto de parir, y le dicen no pujes, detente, súbete a la camilla, y todo mundo gritando y corriendo, llegan los enfermeros y los camilleros y la pasan a la sala de expulsión, la acuestan en una cama con una postura cero fisiológica, las piernas sobre unos estribos y la tapan con mantos estériles”.

Es una escena que Lorena ha visto repetidamente y que lamenta porque rompe por completo la concentración de la mamá.

Algunos hospitales acceden a realizar prácticas más humanizadas, pero el solo hecho de estar en esos lugares implica entrar en un sistema, con horarios y protocolos diseñados para poder atender a todos los pacientes.

Para mi partera es como meter a la mamá en una banda transportadora en la que se va a empacar un producto, algo que contrasta con la atención en casa, donde se individualiza de tal manera que puedes trabajar en áreas físicas, emocionales, incluso espirituales.

Huyendo de los procedimientos médicos rutinarios mi amiga Elsa optó también por un parto en casa. Sus dos primeras hijas nacieron con partera, pero en una clínica en el extranjero. Este año, de regreso en México, buscó opciones y encontró a Lorena.

“Solo quería parir en paz, como me sucedió anteriormente”, me dijo Elsa. Y me confesó que su parto en casa, donde estuvieron presentes su esposo y sus hijas mayores, fue por lejos el mejor de los tres.

Ella no lo sabe, pero fue una de las mujeres que más me motivaron. En aquel momento me contó un poco de su experiencia y me recomendó a su ginecólogo.

APOYA PARIR EN CASA

El doctor Benjamín Cantú es uno de los pocos que públicamente apoyan el parto en casa. Él es especialista en medicina materno fetal y considera el parto domiciliario como una opción adecuada en pacientes de bajo riesgo.

A la pregunta expresa sobre lo peligroso que puede ser dar a luz en casa, como muchas personas imaginan, el doctor me aclaró que “todos los procedimientos en la medicina tienen riesgos potenciales” y en el caso de un alumbramiento “son los mismos riesgos en un hospital que en una casa”.

El doctor Benjamín considera que las mujeres están cada vez más informadas y que pronto será más común que soliciten tener su parto en casa. Varias de sus pacientes lo han hecho en los últimos años.

SIN PRISA

Aquella noche las contracciones se hicieron cada vez más continuas y mucho más intensas. Rápidamente empecé a sentirme cansada, no estaba fluyendo, sino que luchaba contra el dolor y me preguntaba cuántas horas más tendría que resistir.

Lorena me aconsejó no pensar en el tiempo y me ayudó a relajarme. Hacia la media noche el miedo se esfumó. De una manera que no puedo explicar dejé de ser la persona siempre racional y apareció otro yo. Mi cuerpo tomó el control.

El tiempo, a su vez, tomó otra cadencia, como si de pronto estuviéramos en otra dimensión. En la habitación la luz era muy tenue y las voces de los demás me parecían lejanas. De pronto éramos solo mi cuerpo y yo, el dolor y yo, bebé y yo.

Lorena lo describe como algo mamífero, una palabra que en nuestra cultura no es bien vista, algo animal, primitivo. También podríamos llamarlo instinto. Un instinto que todos tenemos, en especial las mujeres, pero que pasa la mayor parte de nuestra vida dormido, relegado.

Esa noche mi instinto logró hacerse presente porque nada ni nadie nos estaba apresurando. Porque me encontraba en la comodidad y calidez de mi casa, acompañada de Reginaldo, mi esposo, y de Helio, mi hijo de 4 años, sin ninguna otra preocupación que parir.

Doris Silva tiene más de 50 años como partera, los últimos veinte dedicados a los nacimientos en casa. Esa experiencia se nota en el calor de sus manos, en la certeza de sus palabras. Ella comparte su sabiduría con Lorena, la acompaña en el inicio de su camino como matrona.

Cuando llegó Doris yo estaba enteramente concentrada en sobrellevar las contracciones. Ella me masajeaba la espalda, me daba palabras de aliento, me sugería cambios de posición para ayudar al descenso de bebé.

Doris fue también la partera de mi amiga Kaiomy. Sus dos hijas nacieron en casa con once años de diferencia. Su determinación, la manera en que enfrentó los juicios de su familia y su forma tan poderosa de vivir esos momentos, fueron también inspiración para mí.

“Está en nuestra sangre, en una herencia milenaria, que unas inspiramos a las otras para que confíen y logren tener el parto que desean”, me dijo Kayomy.

UN BUEN COMIENZO

Helio despertó a la media noche. Su papá le fue explicando cada detalle y un par de veces se acercó a mí para preguntarme si estaba bien.

De alguna manera yo sacaba una sonrisa para responderle dulcemente que sí, que su hermano estaba a punto de llegar y no tenía que preocuparse de nada.

Eso me hacía sentir tranquila también y aunque aún hoy me parece raro, no abandonaba la concentración.

Las parteras me guiaban, pero era mi cuerpo el que comandaba. Aunque me sentía extenuada mis brazos y piernas seguían sosteniéndome. Cuando llegó la hora de pujar el dolor se transformó en un monstruo descomunal.

Reginaldo me tomó fuerte de los brazos. Helio estaba abrazado a él. Recuerdo haber pensado en mi abuela Martha, sentía que ella estaba allí dándome la fuerza para ese último paso.

Y LUEGO EL MILAGRO

El dolor desapareció en el instante en el que nació bebé. Unos minutos después tuve una contracción más en la que nació la placenta y a partir de ahí no hubo más dolor, sino una alegría y una satisfacción inmensas.

Lorena me explicó que esa sensación de éxtasis era parte del efecto natural de las hormonas y que duraría varios días más. La oxitocina reaparece y se encarga de activar la producción de leche.

Júpiter nació a las 5:20 del primer domingo de marzo. Unos minutos más tarde ya lo estaba amamantando, en nuestra habitación, en nuestra cama, juntos piel con piel. La lactancia continúa sin problemas hasta hoy.

El parto en casa es para mí tan solo el inicio de una crianza responsable y respetuosa, de una paternidad compartida y una maternidad empoderada.

Es también mi forma de expresar que es posible detenernos un momento, en medio de este mundo vertiginoso, para darle la bienvenida a un nuevo ser en un ambiente amoroso, lleno de paz y contención.

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