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Muere Fausto Destenave, fiel defensor del agua

Su preocupación: la sobreexplotación del acuífero y la extinción de los recursos naturales

PALOMA GATICA

Este fin de semana falleció el destacado agrónomo y experto en geohidrología, Fausto Destenave Mejía, a la edad de 86 años.

La muerte del también activista hídrico, ha conmocionado a la población saltillense que lo recuerda como un hombre incansable que contribuyó enormemente al desarrollo agrónomo de la región.

A través de redes sociales, amigos y familiares lamentaron el fallecimiento del padre del ex secretario de seguridad y titular de la Comision Estatal de Aguas y Saneamiento (CEAS), Fausto Destenave Kuri, y le enviaron sus condolencias a sus hijos y nietos y demás familia.

“Con profunda pena, comparto el dolor por la pérdida de mi abuelo, el ingeniero Fausto Destenave Mejía, hombre justo y honorable.

“Te extrañaré mucho abuelo, agradezco a Dios tantos momentos que me permitió vivir contigo. Dejas grandes enseñanzas, y momentos que se quedan en mi corazón para siempre, nunca te voy a olvidar. Te quiero mucho Abuelo Fausto, que en paz descanses”, compartió en sus redes sociales su nieto Juan Antonio Aguirre.

SE SUMAN A LA PENA

Por su parte, el personal del Instituto en Arte Gastronómico posteó en sus redes que “se une a la pena que embarga a la familia Destenave González, por el sensible fallecimiento de Don Fausto Enrique Destenave Mejía, padre de nuestro estimado Lic. Fausto Destenave Kuri.

“Elevamos nuestras oraciones por su eterno descanso y rogamos para que encuentren todos sus familiares fortaleza y pronta resignación por tan dolorosa pérdida”.

Mientras que su nieto, Emiliano Destenave, compartió “con mucha tristeza hoy 24 de septiembre del 2022 se nos adelantó mi abuelo Don Fausto Destenave Mejía. Me quedo con todo su amor y se que dios lo recibe en su gloria con brazos abiertos. ¡Gracias por todo abuelo, te amo!”.

Se fue a los 86 años este hombre que dedicó su tiempo en advertir de los riesgos de perder el abasto de agua por un mal uso y nos deja a todos un tanto desamparados y con falta de una voz autorizada.

“Se los dije”, con ese epitafio quería el inge Fausto Destenave Mejía que adornaran su tumba cuando volviera a la Casa del Padre, cuando el Creador lo llamara a cuentas.

“Sí Chuyito”, decía. Era como un presagio, una profecía del grave problema del agua que en un futuro no muy lejano se avecinaba para Saltillo.

Era el agua su máxima preocupación y el estudio de este líquido precioso y despreciado su más grande pasión.

Que se iba a acabar el agua afirmaba como un profeta; que ya no faltaba mucho, “y el día que me muera –decía– quiero que pongan en mi sepulcro con letra grande: ‘Se los dije’”.

Muchas tardes pasé en el comedor de su casa, la mesa, una mesa larga, atiborrada de mapas, de planos, de estudios y papeles y más papeles que sólo él entendía.

“¿Sabe cuánto va a valer esta casa cuando se acabe el agua Chuyito?, un peso. Si no hay agua no hay nada”, repetía.

Y señalaba con índice de fuego sus cartas al Inegi extendidas sobre el mantel.

Que el acuífero de Saltillo ya no soportaba más, que estaba abatido, sobrexplotado, que ya no se le podía sacar más agua, y que los gobiernos con su necedad de traer más industria y de construir más casas, iba a terminar por desecar el ya de por sí desecado valle.

Y que a la Conagua le importaba un carajo.

Y que todavía la gente regando con manguera las banquetas, lavando los carros, “qué bárbaros Chuyito, no saben lo que están haciendo”,

Horas enteras, interminables, largas horas, pasé con Destenave en su casa de rojo ladrillo sobre la anchura de la calle de Hidalgo, en la colonia República Oriente.

Me contaba de cuando trabajó en la Forestal, antes que de que el Estado cometiera el crimen social de desaparecerla.

Me contó de cuando trabajó construyendo presas por todo el país, otra de sus pasiones.

El inge Destenave habría advertido antes que todos los daños en la cortina de la Presa Palo Blanco.

Sacaba su bonche de carpetas engargoladas y se ponía a darme cátedra sobre gaviones, vasos, cortinas, compuertas, que sé yo.

E impresionaba a cualquiera con su vasto conocimiento sobre los arroyos de Saltillo, que se sabía como la palma de su mano, y de sus problemáticas.

“Que cree que ayer fui con unas gentes a recorrer el Arroyo del Pueblo y nos atacó una plaga de zancudos, pesqué una infección, si viera, que tuve que ir al médico”, me llegó a decir.

Otras veces me llamaba a la redacción del periódico y eran horas y horas de estar pegado al teléfono, charlado sobre agua.

¿Qué movía a ese hombre de cachucha, antiparras, camisa blanca por fuera, bluejeans y zapatos negros lustrosos, a tales menesteres?

Nunca lo supe bien a bien y nunca se lo pregunté.

Jamás se cansaba de hablar del agua, de los arroyos, de les presas, de Zapalimé.

“Chuyito ayer no pude dormir, me la pasé toda la noche en vela pensando en el grave problema del agua que se viene para la ciudad y quise llamarlo”.

Ya luego iba yo a su casa y entraba en su comedor.

Otra veces nos pasábamos la tarde en el zaguán, sentados en una banca, de frente a un pequeño jardín.

Él con la pierna cruzada y tirando de un cigarro.

Otras tardes, interminables tardes, nos parábamos a las puertas de su casa a contemplar la calle, a ver pasar a la gente, los coches, las horas, él tirando de su cigarrillo.

“No va creer la cantidad de agua que bajó ayer por aquí después que llovió, parecía un rio, más bien un mar de agua”.

Y entonces se ponía a disertar sobre la Sierra Zapalinamé.

No era cierto que la Sierra era la fábrica de agua de la ciudad.

La mancha urbana ya la había alcanzado, también la erosión, ya no tenía dosel vegetal y por eso Saltillo, cuando llovía, era un río enorme de aguas corriendo desaforadas buscando salida.

Cierto día el Inge Destenave me llamó al periódico, quería que fuera a verlo.

Apenas me abrió la puerta advertí en su rostro una emoción inaudita, inusual.

Nos dirigimos al comedor.

“Mire, por fin”, dijo y puso en mis manos el ejemplar de un libro con que él, me dijo, había soñado siempre, su libro “Historia del Agua de Saltillo”, un trabajo que resume eso, 100 años de la historia del agua en la ciudad, desde cuando Saltillo era un valle pletórico de manantiales hasta la fecha.

“Para usted Chuyito”, dijo y se rio una sonrisa afable.

Después seguí viendo al inge ya no para platicar sobre asuntos de agua ni arroyos ni presas ni sierras.

Hablaba de su juventud, de su abuelo revolucionario Mariano Mejía, de la Biblia.

“Yo digo que usted, con todo y discapacidad, ha sido muy bendecido por Dios, Chuyito ¿sí o no?”.

La última vez que lo vi fue hace exactamente un año.

No me reconoció cuando vio mi cara detrás de la puerta.

“Soy Peña inge”, le recordé.

“Ah Chuyito, pos es que la barba y las canas…”.

Había ido yo para que me hablara de agua.

Entonces lo noté cansado, hastiado…

Con paso lento, pero decidido, me condujo al comedor, sacó sus planos, sus papales… como en los viejos tiempos.

Que el agua se estaba acabando ‘se lo dije’, que el gobierno, que la Conagua, que la gente inconsciente.

Y que cuando él muriera querría que le pusieran en su sepultura un epitafio que dijera:“se los dije…”.

MI CIUDAD

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2022-09-25T07:00:00.0000000Z

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