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‘La máscara que se convierte en infierno’

Las personas nos afanamos por aparentar ser lo que no somos y en esto perdemos tiempo y energía

CARLOS R. GUTIÉRREZ Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo cgutierrez@tec.mx

Dice la científica Melania Moscoso “las máscaras sirven para establecer una distancia entre el portador de la misma y el espectador (…) Con todo, conviene preguntarse por la naturaleza específica de la separación impuesta por la máscara. La máscara fuerza a reparar en lo que lleva inscrito en su superficie y por ello impide, acceder a la humanidad desnuda del rostro”.

La metáfora de la máscara representa lo que se esconde, eso que se finge, eso que es pura ficción. Es todo eso que se identifica con una sociedad falsa y artificial. La máscara es lo contrario a lo manifiesto, a lo patente, a lo que asumimos que somos; es la antítesis del rostro. La máscara que a muchos momentáneamente libera, al final se convierte en una cárcel. En un infierno.

EL TIEMPO VIVIDO

En muchos casos, a medida que las personas maduramos, tendemos a perder menos el tiempo en actividades banales, evitamos a las personas que son ácidas y negativas, estamos también más dispuestas a aprovechar las oportunidades únicas que la vida gratuitamente otorga como es el caso de pasar más tiempo con la familia, conversar con los amigos, leer o releer lo que nos gusta, escuchar esa música que reconforta el alma, aprender más para abonar a la riqueza interior que todos llevamos dentro, abrirse a las ideas de las nuevas generaciones, concentrarse en lo realmente significativo y admirar la grandeza de Dios.

Es decir, el tiempo vivido invita a ser más lo que uno realmente es, disfrutando de los pequeños detalles que la existencia nos obsequia. Los años pasados convocan a cerrar la brecha entre lo que uno verdaderamente es y eso que uno ilusoriamente cree que es.

SER…

Las personas nos afanamos por aparentar ser lo que no somos y en esto perdemos demasiado tiempo y energía. Nos encanta escondernos en miles de máscaras prefabricadas para así evitar vivir a plenitud nuestras propias existencias adoptando, inclusive, personajes ajenos a nuestras creencias. Es como si hubiésemos convertido deliberadamente al mundo en un gran teatro titiritero, en el cual como marionetas asumimos voluntariamente los más diversos y variados roles y modas, pero siempre ignorando las manos que deslizan los hilos de nuestros propios movimientos, siempre abdicando nuestra libertad de ser.

En este contexto he encontrado un pasaje de Martín Descalzo que dice: “En el mundo hay dos clases de hombres: los que valen por lo que son y los que sólo valen por los cargos que ocupan o por los títulos que ostentan. Los primeros están llenos; tienen el alma rebosante; pueden ocupar o no puestos importantes, pero nada ganan realmente cuando entran en ellos y nada pierden al abandonarlo. Y el día que mueren dejan un hueco en el mundo. Los segundos están tan llenos como una percha, que nada vale si no se le cuelgan encima vestidos o abrigos. Empiezan no sólo a brillar sino incluso a existir, cuando les nombran catedráticos, embajadores o ministros, y regresan a la inexistencia el día que pierden tratamiento y títulos. El día que se mueren, lejos de dejar un hueco en el mundo, se limitan a ocuparlo en un cementerio. Y, a pesar de ser así las cosas, lo verdaderamente asombroso es que la inmensa mayoría de las personas no luchan por “ser” alguien, sino por tener “algo”; no se apasionan por llenar sus almas, sino por ocupar un sillón; no se preguntan qué tienen dentro, sino qué van a ponerse por fuera.”

VORÁGINE

Ese pensamiento cala hondo. Lo verdaderamente desconsolador es el hecho de que no solo los adultos podemos encontrarnos en esta vorágine, sino que ahora las máscaras las estamos confeccionado en tallas juveniles y hasta infantiles. Hoy, como nunca, la gran mayoría de los jóvenes, gracias a nuestros ejemplos, están siendo formados en la cultura del egoísmo, en ámbitos en los que se le otorga más valor a lo que se tiene que a la persona misma.

En la mayoría de las escuelas, por ejemplo, a los estudiantes se les inculca a obedecer o a estudiar a base de premios y castigos en lugar de mostrarles el valor de hacer bien las cosas que son correctas por el valor intrínseco que posee ese proceder. Es grave que se sobornen y, en muchos casos, se quebranten sus espíritus con estas conductas.

Aun cuando muchos sabemos que empecinarse por acumular prestigio, poder, riqueza e inclusive fama no conduce al ser humano a un auténtico estado de felicidad, seguimos enseñando lo contrario a las jóvenes generaciones y ahora, bajo nuestro influjo y permiso, ellos se vuelcan animosamente en una frenética búsqueda de aquello que proporciona esas ganancias o placeres inmediatos, socavando su propio futuro y en muchos casos arruinando su personal trascendencia.

VÉRTIGO

Efectivamente, debido a los ejemplos y mensajes que, día a día, enviamos a la juventud, muchos muchachos pierden el sentido de su propia vida, su norte existencial, arremetiéndose en la inmediatez, pretendiendo inconscientemente saciar sus vidas con la falsa seguridad que generan sus conquistas de los tantos “algos” y modas que artificialmente les hemos fabricado, y que, para nuestra desgracia social, solo los conducirá a un terrible e irremediable vértigo.

No creo que sepamos el precio que socialmente vamos a pagar - y que ya estamos pagando, solo basta ver las noticias y acontecimientos diarios - si continuamos mostrando caminos erróneos a las nuevas generaciones, si seguimos regalándoles un mundo de ficción.

Por ejemplo. Si en lugar de formar las mentes de los muchachos en la búsqueda de ideales excelsos, los orillamos a conformarse con lo material. Si en vez de forjar sus espíritus con la fortaleza que brinda la prudencia y moderación, los manipulamos para que condicionen su libertad a falsas ilusiones. Si en lugar de ayudarles a edificar una férrea voluntad basada en el sacrificio, la verdad y el trabajo, les quebrantamos el alma con premios y castigos provocando que así poco a poco renuncien a SER. Si en lugar de enseñarlos a desarrollar la fe en sí mismos, en los demás y en Dios, optamos por ser modelos de egoísmo, envidia, escepticismo y desesperanza.

CEGUERA

Si decimos una cosa y hacemos otra. Si les inculcamos a creer y basar sus existencias en imágenes, pretensiones y posesiones. En fin, si no los formamos, mediante el testimonio, para que sepan y quieran entender, pensar, crear y amar, entonces me temo que los estamos empujando a que pierdan el sentido de su existencia, a que extravíen su propia realidad de ser personas finitas, pero también seres humanos trascendentales.

Si en las escuelas no los estamos formando en la libertad, responsabilidad y tolerancia entonces, creo, los estamos transformando en las marionetas de ese gran teatro creado por nosotros mismos.

Por qué estaremos obsesionados en ocultar nuestros auténticos rostros en las ilusorias máscaras de la modernidad. Me cuestiono las causas por las cuales estamos enseñando a las nuevas generaciones a codiciar los disfraces de los adultos, a transformarse en estériles percheros, en invitarlos a vivir en un mundo de fábula.

¿Qué acaso ignoramos como diría José Ingenieros- que las personas que aspiran a parecer renuncian, simultáneamente, a ser? Es dramático que muchos, aun cuando hayamos nacido, no sepamos vivir digna y plenamente nuestras individuales existencias, que sean poquísimas las personas que hayan decidido vivir en un mundo real mostrando su auténtico rostro, su verdadero ser. Ese ser que hará eco en la eternidad.

Oscar Wilde (1854-1900) no se equivocó cuando escribió: “Un hombre que aspira a ser algo separado de sí mismo miembro del Parlamento, comerciante rico, juez o abogado célebre, o algo igualmente aburrido- siempre logra lo que se propone. Este es su castigo. Quien codicia la máscara termina por vivir oculto tras ella”.

CALIDAD

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2021-11-29T08:00:00.0000000Z

2021-11-29T08:00:00.0000000Z

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